Las pymes tienen el reto de lograr que sus trabajadores conciban a la tecnología como una aliada para realizar desde las más simples hasta las más complejas labores.
El cerebro de los seres humanos no es un órgano estático. Por el contrario, así como las células y la piel, lleva millones de años adaptándose a las nuevas condiciones y retos que le impone el planeta porque hacerlo, sin lugar a dudas, es lo único que puede garantizar su subsistencia.
Sin embargo, la transformación digital le impone retos extra, como el de activar algunas de sus zonas, que por décadas han estado dormidas, para así generar nuevas conexiones neuronales que den respuesta a los desafíos del mundo moderno, y esto se logra a través de la generación de nuevas experiencias.
Así lo plantea Blanca Mery Sánchez, experta en neuroliderazgo y productividad, quien reconoce que este proceso debe darse al interior de las pequeñas y medianas empresas para derribar una de las principales barreras que se encuentran en ellas al hablar de tecnología: el enorme miedo que sienten los humanos de ser reemplazados por ella.
“Conocer cómo el cerebro procesa la información y la retroalimentación de las personas que se hallan en el entorno cercano es uno de los mecanismos que pueden ayudar a una persona a modificar estructuralmente este órgano con el fin de aumentar su neuroplasticidad”, asegura Sánchez.
Lo anterior significa, sencillamente, asumir que existe un temor al cambio, que este genera incertidumbre y reconocer la necesidad que tiene cada trabajador de adaptarse permanentemente a la automatización de procesos en su compañía porque esta es una realidad de la que no puede deshacerse fácilmente.
“Las máquinas son excelentes generando respuestas, pero los humanos somos fabulosos haciendo preguntas, de ahí que la transformación digital sea un paso más en nuestro proceso evolutivo”, dice Sánchez, autora del libro “Cerebro Productivo” de LID Business Media.
Para lograrlo existen varias estrategias como el desarrollo de dos competencias básicas de las personas que deben ir de la mano de la transformación digital. La experta se refiere a la flexibilidad cognitiva y la inteligencia emocional, indispensables para que los trabajadores logren dos objetivos.
El primero es ser más conscientes de su nivel de funcionamiento, de cómo operan, y el segundo, reconocer que deben adaptar sus capacidades para que sean útiles en un ambiente en el que las máquinas, los sistemas y los datos cobran cada vez un mayor protagonismo.
¿Cómo lograr esos objetivos y desarrollar nuestros talentos cuando siempre hay computadoras interactuando a nuestro lado? La pregunta se la hace Nicolás Carr, reconocido como “el crítico más implacable de la era digital”, y ayuda a esbozar una respuesta.
“El humano olvidado”
De acuerdo con Carr, quien participó en la Conferencia Académica Inaugural 2019 organizada por la Universidad del Rosario, “la tecnología está cambiando la forma como vivimos, percibimos y comunicamos, pero con ello también está replanteando cómo usamos nuestras habilidades”.
Para explicarlo, este escritor experto en tecnología menciona que ahora los pilotos ya no miran qué pasa afuera de sus aviones, sino que acuden al piloto automático. No obstante, esa es una actitud que puede resultar perjudicial en las organizaciones, por lo que la transformación digital debe asumirse desde otra perspectiva.
Si se revisa la historia reciente de las invenciones tecnológicas para ver lo que ha pasado con diferentes procesos de automatización, como el carro autónomo, se empieza a desenredar la madeja. Esas invenciones son increíbles, no hay duda, pero ¿qué lugar ocupan los humanos y los trabajadores en su historia?
Carr asegura que las personas, generalmente, tienen cuatro poderes: actúan, analizan, persuaden y crean. La aparente amenaza se halla en que las máquinas también están incursionando en esas áreas: pueden recoger cosechas, analizar rayos X, decirnos cómo cuidar nuestro cuerpo y diseñar planos de edificios sin mucha ayuda.
Adicionalmente, se ha tratado de imponer un paradigma con respecto a la tecnología y es que esta aumenta la productividad en las empresas, pero está demostrado que, a pesar de las grandes inversiones, la tecnología no siempre representa grandes retornos a las compañías ni en tiempo ni en dinero.
Lo que sí se observa es que existe una necesidad por encontrar un punto medio en el que ni se eliminen los cargos ocupados por humanos ni se prescinda del todo de la tecnología. De no hacerlo, y darle prevalencia a esta última, se corre el riesgo de que el humano se desenganche de su trabajo, lo que trae graves consecuencias.
Por ejemplo, hoy existen máquinas que analizan rayos X y marcan áreas de interés. Se ha comprobado que cuando el radiólogo los revisa, deja de fijarse en otras zonas de la imagen que podrían contener información vital. De ahí que se deba encontrar un mecanismo para que la extrema confianza en la máquina no disminuya el nivel de los resultados.
El experto, en ese sentido, propone pasar de un círculo vicioso en el que la máquina lo hace todo a uno en el que un trabajador enfrenta un reto, hace un esfuerzo para lograr la meta, así aprende hasta desarrollar un talento y convertirse en un experto con la máquina como un muy buen ayudante de su labor.
De lo contrario, recalca, los trabajadores caen en el pecado de confiarse demasiado en la automatización, pierden el interés, tiene un bajo desempeño y dejan de desarrollar sus talentos. Además, dejan de poner al servicio de la organización habilidades que las máquinas no poseen como el sentido común y el pensamiento crítico.
“En las empresas se debe pensar en un complemento entre automatización y humano para lograr el progreso”, concluye el autor.